Autor Esmeralda Romero
Categorie De specialitate
Subcategorie Limba Spaniolă
Descargar Por verte sonreir de Esmeralda Romero en formato pdf.
Aviso de contenido sensible
Antes de que comiences con esta historia tengo que advertirte que en esta novela aparecen reflejados problemas de salud mental: ansiedad y depresión. Si estás pasando por un mal momento y consideras que leer sobre ello puede ser perjudicial para ti, te animo a que dejes a un lado esta historia y te pongas con ella más adelante cuanto te sientas mejor. También tengo que avisarte de que, al estar la novela ambientada en un hospital, se mencionan varias enfermedades y se muestran casos concretos de pacientes. Si sufres de hipocondría y sueles evitar ver series de médicos por este motivo, quizás este libro no sea para ti. Me he documentado mucho a la hora de escribir la novela y he tratado todos estos temas con el mayor respeto posible. Espero que si te animas a leerla también lo sientas así.
Maldito lunes
Sofía
Es oficial: estoy teniendo un día de mierda. Debería haber hecho caso a los primeros indicios nada más levantarme. La alarma no ha sonado y me he despertado quince minutos tarde. Vale que podría haber sido peor, pero ha sido suficiente para tener que ducharme deprisa y corriendo, algo que me pone de muy mal humor. Y más cuando la caldera ha dejado de funcionar, qué queréis que os diga, me da igual que sea casi julio y no me valen los consejos de Alma, mi mejor amiga, del tipo «el agua fría te deja una tez tersa y preciosa», «estamos en verano, así te refrescas»… Lo bueno para la piel es dormir ocho horas y desde que empecé la residencia en el hospital hace dos semanas no consigo dormir más que cuatro. Si quiero refrescarme me tomo una cerveza, no me echo agua congelada por encima. Después de esos imprevistos, me he terminado de preparar como he podido, he salido a la calle dispuesta a dejar atrás mi mal humor y comenzar el lunes con energía. Cinco minutos. Ese es el tiempo que me ha durado la esperanza hasta que he sentido caer la primera gota de lluvia sobre mí; después ha habido una segunda, una tercera… y yo, por supuesto, sin paraguas. Maldito sea el hombre del tiempo y sus cielos despejados. Normalmente no me levanto de tan mal humor, pero es que odio no tener las cosas bajo control. Me gusta preparar el día de antes la ropa que me voy a poner y adelantarme a cualquier imprevisto, aunque está visto que por muy cuadriculada que sea, no puedo luchar contra las inclemencias del tiempo. Saco una carpeta de mi bandolera, compruebo que está bien cerrada, y me la pongo sobre la cabeza. En situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Por favor, universo, que no se me mojen los apuntes de cardio. Echo a correr hacia el hospital para intentar llegar lo más seca posible. En condiciones normales tardo unos quince minutos y teniendo ya la mitad de la distancia recorrida calculo que, a buen ritmo, en unos cinco estaré allí. Diviso la puerta del hospital, solo me queda atravesar un paso de cebra y habré llegado. Veo que el muñequito de los peatones cambia a verde y me dispongo a cruzar, cuando un coche se salta el semáforo, acelera y genera un tsunami de tales dimensiones que me cubre entera.
—¡Joder! —grito con todas mis fuerzas. Los peatones a mi alrededor me miran sin saber muy bien qué decir. Una señora me ofrece un paquete de clínex. Ahora mismo más bien necesito unos manguitos para no ahogarme. Me escurro el pelo como puedo y entro al hospital rumbo al vestuario. Desde que pongo el primer pie en el hall me siento como en casa. Soy de las pocas personas a las que le gustan los hospitales. No es porque no haya vivido ninguna experiencia desagradable relacionada con ellos, al contrario, he vivido muchas, pero siempre lo he visto como un lugar de sanación que me transmite paz. Las paredes blancas, el olor a limpio, el pitido de las máquinas… Bueno, siendo justas, no todos los pitidos de los hospitales relajan, sin embargo, hay algo en el ambiente que me transmite calma y hace que me olvide por unos segundos de que estoy empapada. Enseguida el charco que se forma bajo mis pies me lo recuerda. Hago una primera parada en la zona de los lavabos. Acaparando el secador de manos, me encuentro a una chica ya vestida con su uniforme de enfermera tratando de hacer algo con su pelo mojado. Se cepilla como puede con sus manos los mechones rubios que enmarcan su cara. —Veo que no soy la única que se ha olvidado el paraguas hoy —me dice a modo de saludo dedicándome una amable sonrisa. Me suena su cara, aunque no sé de qué… —Hoy no es mi día, definitivamente —respondo y sonrío de vuelta. Me coloco a su lado y trato de recoger mi pelo en una coleta como puedo. Lo llevo bastante largo y me molesta mucho a la hora de trabajar. Compruebo el maquillaje, veo que afortunadamente la raya que enmarca mis ojos negros no ha salido mal parada y no me he convertido en un oso panda. —Soy Esther. Tú eres la nueva residente de Saavedra, ¿no? Me pareció verte hace unos días en planta.
—Sí, me llamo Sofía.
—Le tiendo la mano—. ¿Tú dónde vas a poner la ropa mojada? Me da miedo dejarla aquí fuera y que desaparezca.
—La voy a dejar en la sala de enfermería colgada de una silla. Dame la tuya si quieres. Hoy me toca Medicina Interna por lo que la tendrás cerca y puedes pasarte a por ella cuando termines.
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