Titlu Cara a cara

Autor Gabriel Rolon
Categorie De specialitate
Subcategorie Limba Spaniolă

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La frase pertenece a Demian, libro de Hermann Hesse que leí en un viaje en tren a Mar del Plata cuando tenía catorce años y que concluí llorando. Hace poco encontré una edición nueva muy bella y tuve la tentación de volver a leerla, quizás intrigado por la causa de mi emoción temprana. No es aconsejable ir en busca de lo que nos conmovió hace mucho tiempo porque el destino suele ser el desengaño. No fue el caso; para mi sorpresa terminé llorando otra vez. Sospecho que por otros motivos. Y, aunque ya no soy quien era hace cuarenta años, me permito creer que es posible que las obras de arte también se modifiquen con el tiempo para acomodarse al alma del lector. Lo cierto es que esa frase me hizo pensar que, tal vez, aquel chico intuía su futuro. Porque eso es lo que sabe un analista: para nacer hay que destruir un mundo.

De ese modo, el paciente renace sobre los cimientos de un pasado abolido, sobre los recuerdos, frescos a veces, de lo que ya no es. Obligado a caminar sobre sus propias ruinas sacude el polvo de su historia y mira, no sin temor, aquello por venir. Las crisis suelen ser esos puntos de quiebre, de derrumbe, que obligan a un sujeto a replantear su vida y le imponen el desafío de volver a empezar; otra de las formas de renacer a pesar del dolor y los miedos, de la angustia y lo perdido, empujado por la fuerza del deseo que recorre su sangre y le murmura una verdad que aún no puede oír. Analizarse es aceptar el reto de convertirse en un sujeto diferente; es un acto de vida que se pone en movimiento y también una elección. Y así como el nacimiento fue la culminación de un deseo ajeno que nos marcó sin pertenecernos, renacer en análisis es hacerse cargo del destino, tomar la decisión de no rendirse y poner en juego el deseo propio.

El Psicoanálisis es mucho más que una terapia. Mi compromiso ha sido siempre difundirlo, transmitir su eficacia y resaltar el misterio de su potencia: quien se haya analizado no volverá a ver el mundo de la misma manera y caminará la vida de un modo distinto. Por eso la idea me rondaba desde hace tiempo: escribir en un registro diferente. Ni casos ni ficción, tampoco teoría: algo nuevo. Quería un libro dialogado, charlado. Buscar ese desvío que suele tener la supuesta espontaneidad de un encuentro, esa zona en la que se sabe cómo empieza pero rara vez cómo termina para, de ahí, derivar. Un texto que dé cuenta de los enigmas que me recorren: la muerte, el deseo, el desamor, los hijos, la pasión, la felicidad, el recuerdo y el olvido, entre otros. Para emprender esta aventura convoqué a Mariano Valerio, mi editor, y le propuse un juego que me resultó fascinante: obligarme a pensar a partir de sus preguntas y arrinconarme en cada espacio en el que intentara escapar de la honestidad intelectual.

Nos conocemos desde hace casi una década y nos une la amistad. Aceptó y convinimos en tener algunas charlas. Los encuentros sucedieron en un otoño al que le costaba llegar. El frío avanzaba con los días, de a poco, hasta que finalmente los árboles acusaron recibo. Esas mañanas nos envolvió el sabor del café, el piano al que nos sentamos cada tanto, y la referencia a los libros que curioseamos con cierta complicidad. Así transcurrieron aquellas jornadas: sin apuro y con el ánimo de que ningún tema quedara afuera. Ha sido un camino lleno de estímulos en donde me encontré por momentos conversando con el pasado, con mis maestros y con aquellos que desde muy adentro forman parte de mí.