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Pensar el duelo es pensar la vida. Es asomarse a un universo solitario, lleno de ausencias y miedos. El duelo camina entre el amor y lo perdido, entre lo deseado y lo que no fue, o fue en un tiempo que pasó. Nosotros también pasaremos. Llamaré ensombrecido a toda persona que esté atravesando un proceso de duelo. El duelo es un trabajo y un recorrido. Un sendero que se abre ante el ensombrecido que enfrenta una pérdida. Es también lucha y dignidad. Esta obra intenta pensar el duelo. Está dividida en tres partes. El Libro Primero aborda la cara más existencial, el sentimiento trágico de la vida y la angustia de sabernos mortales. Una angustia que dio origen a mitos y religiones que buscaron calmar el espanto. De la mano de Yahvé y Houdini, de Chachao y Spinoza, del Dante y Discépolo, de Zeus y Santa Teresa, de Gilgamesh y Heidegger, de Platón y Milton, de Gualichu y Eva, de Tántalo y Unamuno, de Sísifo y Swedenborg, del Cristo y de Gardel, entre otros, el texto deambula por Cielos e Infiernos. Cielos e Infiernos que con sus promesas de reencuentros o castigos han querido sostener la idea de que hay algo después de la vida. El Libro Segundo se detiene en los duelos personales, esos que vivimos a diario. A partir de casos clínicos, novelas, canciones y cuentos visita territorios de muerte y desamor. Freud y Julieta, Romeo y Klein, Sophie y Nasio, Piazzolla y Allouch, Lacan y Moby Dick, Cortázar y Martina, Borges y Margot, La Yoly de Lanús y Comte-Sponville, Penélope y su bolso de piel marrón nos guían por el mundo atormentado de quien lucha por reponerse de la pérdida de sus amores. En el Libro Tercero analizo cada una de las etapas del proceso de duelo y despliego mi teoría. Página 8 Terminé de escribir este ensayo en tiempos de duelo. Entre el asombro y la incertidumbre, la pandemia que azota al mundo desde hace meses se ha llevado vidas, sueños, empleos y abrazos. La humanidad está en duelo. Todos hemos perdido algo. En especial hemos perdido tiempo. Lo más valioso de la vida. También eso debemos duelar. Pero como veremos, de eso se trata vivir. Una última aclaración. Si bien este libro puede ser leído con total independencia, fue pensado como parte de una obra mayor, como el eslabón final de una tetralogía que reúne mis ensayos anteriores. Una aventura que comenzó con Encuentros (El lado B del amor) y continuó con Cara a cara y El precio de la pasión. Lo analizado en esos textos será reformulado a la luz de un todo conceptual. Por eso, no faltará en este enfoque la mirada retrospectiva que cuestione o incluso modifique en algo lo ya escrito. Es la esencia del pensamiento psicoanalítico. La posibilidad de revisar el pasado para encontrar significados nuevos y modificar nuestra historia.

Toda persona lleva el olor de sus muertos. Marcas feroces de quienes amamos u odiamos anidan en la cara, los gestos, los dichos, los silencios y el modo de querer y sufrir de cada uno de nosotros. Nos habitan restos de un pasado que jamás serán pasado porque se actualizan en actos y pensamientos que guían el curso de nuestras decisiones. Somos, en parte, aquello que perdimos. Esta idea se me impuso a las diez de la noche de un día de invierno en Buenos Aires. No fue casual; aquel no era un día como cualquiera. Un llamado urgente me hizo volver al consultorio a esa hora, pero esa voz angustiada no permitía dilaciones. Estaba lloviendo y hacía mucho frío. Bajé del taxi y corrí hacia la puerta. Entré y encendí las luces. Después de tantos años de práctica clínica vi a decenas de pacientes transitar sus pérdidas, asomarse al vacío de sus soledades y enfrentar sus dolores más profundos. En El precio de la pasión afirmé que el consultorio era un lugar apasionado. Hoy digo que es también un lugar lleno de dolor, aunque no todos los dolores son iguales. Algunos carecen de sentido aparente. Son dolores misteriosos e incomprensibles que provocan un tormento que no cesa. Un tormento vano que no conduce a la resolución del conflicto que lo causó. Lejos de eso, orada nuestras defensas y penetra cada vez más hondo hasta dejarnos frente a un abismo que cautiva. A esa extraña fascinación que genera el horror, a esa búsqueda patológica de arañar nuestras heridas los psicoanalistas la llamamos goce. Otros dolores, en cambio, resultan del esfuerzo que hacemos por mantenernos a flote luego de haber sufrido una pérdida importante. Esos dolores son inevitables y forman parte de un proceso que todo doliente debe atravesar.