Titlu Nosotros en la luna

Autor Alice Kellen
Categorie De specialitate
Subcategorie Limba Spaniolă

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Tras el éxito de Deja que ocurra vuelve Alice Kellen con una novela que te enamorará Una noche en París. Dos caminos entrelazándose. No hay nada más eterno que un encuentro fugaz. Cuando Rhys y Ginger se conocen en las calles de la ciudad de la luz, no imaginan que sus vidas se unirán para siempre, a pesar de la distancia y de que no puedan ser más diferentes. Ella vive en Londres y a veces se siente tan perdida que se ha olvidado hasta de sus propios sueños. Él es incapaz de quedarse quieto en ningún lugar y cree saber quién es. Y cada noche su amistad crece entre emails llenos de confidencias, dudas e inquietudes. Pero ¿qué ocurre cuando el paso del tiempo pone a prueba su relación? ¿Es posible colgarse de la luna junto a otra persona sin poner en riesgo el corazón? Una historia sobre el amor, el destino y la búsqueda de uno mismo. Porque a veces solo hace falta mirar la luna para sentirte cerca de otra persona.

Es imposible saber cuándo conocerás a esa persona que pondrá de golpe tu mundo del revés. Sencillamente, sucede. Es un pestañeo. Una pompa de jabón estallando. Una cerilla prendiendo. A lo largo de nuestra vida nos cruzamos con miles de personas; en el supermercado, en el autobús, en una cafetería o en plena calle. Y quizá esa que está destinada a sacudirte se pare junto a ti delante de un paso de cebra o se lleve la última caja de cereales del estante superior mientras estás haciendo la compra. Puede que nunca la conozcas ni os dirijáis la palabra. O puede que sí. Puede que os miréis, que tropecéis, que conectéis. Es así de imprevisible; supongo que ahí está la magia. Y, en mi caso, ocurrió una noche gélida de invierno, en París, cuando intentaba comprar un billete de metro. —¿Por qué no funcionas? —gimoteé delante de la máquina. Apreté el botón con tanta fuerza que me hice daño en el dedo—. ¡Maldito trasto inútil!

—¿Estás intentando asesinar a la máquina? Me giré al escuchar una voz que hablaba mi idioma. Y entonces lo vi. No sé. No sé qué sentí en ese instante. No lo recuerdo con exactitud, pero sí memoricé tres cosas: que llevaba levantado el cuello de la cazadora, que olía a chicle de menta y que sus ojos eran de un gris azulado parecido al del cielo de Londres en uno de esos amaneceres plomizos, cuando el sol intenta abrirse paso sin éxito. Ya está. Eso fue todo. No me hizo falta nada más para sentir un cosquilleo. —Ojalá, pero de momento gana ella. No funciona.

—Antes tienes que seleccionar el tipo de billete. —¿Dónde…, dónde debería elegirlo? —En la pantalla de inicio. Espera. Él se movió, situándose a mi lado. Pulsó los botones para regresar al menú principal y luego me miró. Y fue intenso. O eso sentí. Como cuando alguien te produce curiosidad sin que sepas por qué. O cuando te despierta un escalofrío inesperado. —¿Adónde quieres ir? —preguntó. —Pues…, bueno, en realidad… —Nerviosa, me coloqué tras la oreja un mechón de cabello que había escapado de la coleta—. ¿Al centro? —¿No lo tienes claro? —¡Sí! ¡No! Quiero decir, no tengo alojamiento esta noche y pensaba, ya sabes, aprovechar para conocer un poco la ciudad. ¿Qué zona me recomiendas? Apoyó un brazo en la máquina y enarcó las cejas. —¿No tienes alojamiento? —se interesó. —No. He cogido el primer vuelo que salía. —¿En plan a lo loco? —Sí, justo así. Eso es. —Y viajas sola… —¿Cuál es el problema? —Ninguno. Yo también lo hago.

—Bien, enhorabuena. En cuanto al billete… —¿Cómo te llamas? —preguntó. —Ginger. ¿Y tú? —Rhys. Tenía un acento estadounidense marcado. Y era tan alto que hacía que me sintiese diminuta frente a él. Pero tenía «algo». Ese «algo» que a veces no podemos explicar con palabras cuando conocemos a alguien. No era porque fuese guapo o porque me sintiese perdida en aquella ciudad a la que acababa de llegar. Era porque podía leer en él cosas. Todavía no estaba segura de si esas cosas eran buenas o malas, pero, al mirarlo, la última palabra que me venía a la mente era «vacío», lo que, ironía de la vida, después averiguaría que era una de las cosas a las que Rhys más temía. Pero en ese momento aún no lo sabía. Entonces seguíamos siendo dos extraños mirándonos a los ojos frente a una máquina de billetes de metro. —¿Tienes alguna sugerencia? —insistí. Lo vi dudar, pero no apartó la vista. —Una. Podría enseñarte París. —Vale, antes de que esto se convierta en una situación incómoda, tengo que confesarte que acabo de dejarlo con mi novio. Y fue una relación larga, así que no me interesa conocer a nadie ni tampoco tener uno de esos líos de una noche…

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