Titlu La desconocida

Autor Olivier Truc
Categorie De specialitate
Subcategorie Limba Spaniolă

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El regreso de Rosa Montero a la novela negra, junto al ganador del Premio Quais du Polar Olivier Truc.

Es de noche y en el puerto de Barcelona un guardia hace su ronda cuando su pastora alemana se para en seco a olfatear desesperadamente un contenedor. Al llegar, los mossos d’esquadra hallan en su interior a una mujer en posición fetal, inconsciente y deshidratada. Tiene una brecha en la sien, quemaduras en la cara y el cuerpo, y no recuerda quién es ni cuál es su lengua materna, pero está viva. Mientras se recupera en el Hospital Clínic, un hombre intenta asesinarla. La inspectora Anna Ripoll, experta en trata de mujeres, parece haber dado con su identidad y su dirección: Alicia Garone; 19, rue du Chariot, Lyon. En la ciudad francesa el inspector Erik Zapori busca el modo de librarse de la investigación a la que asuntos internos lo está sometiendo por delitos de corrupción y proxenetismo. Nada mejor que viajar a España a ayudar en la resolución de un caso, aunque puede que este sea el más complejo de su vida. Rosa Montero, una de las autoras más queridas y premiadas en lengua española, vuelve a la novela negra, esta vez acompañada por Olivier Truc, ganador del Premio Quais du Polar, el más prestigioso galardón francés del género policiaco.

La secuencia de los acontecimientos es así: Ferran, sesenta y cuatro años, guardia nocturno en el puerto de Barcelona, lleva una temporada perseguido por lo que él llama malos pensamientos: cree que va a sucederle una desgracia. Solo le falta un año para jubilarse, está muy viejo para este trabajo, en las sombras le parece ver merodeadores. En suma, por las noches pasa miedo. Un amigo mosso d’esquadra le recomendó que cogiera alguno de los perros policía que son entregados en adopción cuando envejecen. Por eso está aquí Julieta, una pastora alemana de diez años, haciendo la ronda con él. Y, aunque es un animal de rescate, de los que buscan cuerpos en los derrumbes, le han dicho que en su juventud también fue de defensa, así que Ferran se siente más acompañado. Sobre todo ahora que está recorriendo una de las partes más siniestras de la terminal de contenedores, una zona periférica y oscura que no le gusta nada, así que aprieta el paso. Pero la perra clava las patas en el suelo y no se mueve. Qué extraño: es un animal siempre muy obediente y muy tranquilo, y ahora está olfateando con desesperación un contenedor, da vueltas sobre sí misma cada vez más nerviosa, araña el metal con las patas, incluso ladra y gime. Estás vieja, estás tonta, perra estúpida, le dice.

Y luego piensa: ¿y si no es estúpida? Con ansiedad creciente, el miedoso Ferran da la voz de alarma, proporciona las cuatro letras y los siete dígitos del código del contenedor, espera durante dos horas infernales hasta que llegan los mossos y un par de empleados del puerto. Se lo han tomado todos muy en serio porque no han encontrado el número del contenedor en los registros, lo que significa que no ha entrado oficialmente en la terminal; porque el propietario (que, según las tres primeras letras del código, es una empresa de Lyon) está ilocalizable, y porque ayer mismo vieron en las noticias ese tráiler de Texas en donde se han asfixiado cincuenta y tres inmigrantes. Fuerzan la cerradura con facilidad y el portón se abre, mostrando no un dantesco nudo de cuerpos agonizantes, como temía Ferran, sino una imagen mucho más serena: la gran caja está por completo vacía, salvo por una persona tumbada de costado y en postura fetal justo en el centro. Es una mujer de piel muy blanca con un vestido negro de tirantes. El pelo, corto, tupido y muy oscuro, deja ver un perfil afilado. Está descalza. Si no te fijas en la cinta adhesiva que le cubre la boca ni en las bridas que le sujetan muñecas y tobillos, se diría que está durmiendo plácidamente, una perla en su concha metálica a la luz aguada del amanecer. Un mosso se inclina sobre ella y dictamina: «Respira». Si el guardia nocturno no fuera un neurótico; si su amigo no le hubiera recomendado adoptar un perro; si no hubieran pasado exactamente por esa esquina de la terminal; si Julieta no hubiera sido una profesional tan excelente; e incluso, por qué no, si los cincuenta y tres inmigrantes no se hubieran asfixiado en Texas el día antes, quizá nunca habrían encontrado a la mujer, o no con la suficiente rapidez. Insensatas constelaciones de coincidencias nos marcan la vida. A nuestra desconocida la llamaremos por ahora María.